
Reían. Estallidos irresistibles, desencadenados a veces sólo por una mirada, o incluso por un pensamiento común que no era necesario exteriorizar. Risas por las que hubieran arriesgado la vida. Irrefrenables. Extenuantes, que se regeneraban en unos días, cuando el mismo pensamiento, cargado como las nubes de una tormenta venida de lejos, se asomaba a la mente. La vida mostraba su cara sagrada, y la profana, y su coincidencia. Si mueres, moriré yo también. La muerte es injusta. La vida es injusta....
Mariolina Venezia.