
Jaques Forestier tenía la lágrima fácil. El cinematógrafo, la música de mala calidad, un folletín, le conmocionaban.
Pero no confundía esas falsas señales del corazón con las lágrimas profundas. Las suyas parecen derramarse sin motivo alguno.
Escondía un sollozo baladí en la penumbra de un palco o en la soledad de la lectura.
Por ello, y dado que las lágrimas auténticas suelen ser escasas, se le consideraba un hombre insensible y perspicaz.
(Jean Cocteau.)
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